Lo abracé, pero aunque lo estrujaba contra mí, una gran parte de él ya no estaba. La persona que yo había conocido tiempo atrás se había ido.
Los monstruos que habitaban su cabeza se habían encargado de hacer desaparecer su sonrisa. Esa alegría innata que iluminaba cualquier espacio.
Todo había sucedido a cámara lenta, poco a poco, durante años, quizás durante algún decenio. Quién sabe donde se gestó la semilla de la enredadera que fue creciendo, muy dentro de sí, hasta ahogar su alma en aquella pena y desesperación.
Lloré por dentro. Lloré hasta que perdí toda esperanza. Lloré hasta que volví a abrazarlo para no rendirme.
Otra punzada me sobrevino.
Maldije por dentro. Maldije hasta que perdí la razón. Maldije hasta que volví a mirarlo para no rendirme.
Le sonreí. Le sonreí y le susurré al oído: “Estoy aquí. Siempre estaré. No soltaré tu mano.”
Han pasado los años, y aún hoy me recuerda que justo en ese momento, en ese instante, supo que volvería.
by Txema Morales. Escritor y Coach.
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