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  • Foto del escritorTxema Morales

IMPERMANENCIA

Mientras corría en la cinta, mirando a través del ventanal del gimnasio, observaba una pequeña masa de árboles retorcidos que habían sucumbido en la última tormenta.


La escena no tenía ningún misterio. No había nada hermoso o mágico en ella. Dentro de unos días vendrían a talar los árboles muertos, arrancados de sus raíces o cercenados por la mitad.


Entre ellos aún se alzaba un delgado pino, que soportaba el peso de algunos de sus compañeros caídos.


Lo miraba fijamente, poseído por una sensación extraña. Quizás el ritmo al que corría, sumado al silencio que lo rodeaba, le habían concedido ese momento de paz donde todo cobra sentido.


Se imaginaba ese mismo espacio hacía solo un par de días, antes de la tormenta. Un orden en un imperceptible caos. Años de crecimiento. Décadas de constancia. Sin dudas. Sin cavilaciones. Solo un plan. Solo una idea. Solo un destino.


Allí estaba él, refugiado del frío invernal, contemplando el final de tanto tesón a través del cristal. Empezó a temblar, de manera imperceptible. No era la temperatura, no era el cansancio. Algo le sobrevino. Un pensamiento. Una idea. Una revelación.


La vida era el reflejo de esa pequeña masa de árboles retorcidos. No había nada seguro en ella. La familia. El trabajo. Las amistades. Las experiencias. Lo tangible, y lo intangible. Todo, absolutamente todo, era impermanente.


Aun así, aquel pequeño pino, el más delgado de ellos, seguía sosteniendo a gran parte del resto, como si una fe inquebrantable lo poseyese.


Quizás, solo quizás, en la impermanencia también haya un camino, una manera, una forma de ser y estar.



De repente el último de los árboles se quebró. Partido en decenas de trozos sucumbió al peso del resto, que cayeron sobre él, tapándolo completamente.


Acabado el estruendo. Aposentadas las ramas y el polvo levantado; todo quedó en silencio. Ya no había nada que contemplar, excepto una masa inerte de troncos, ramas, hojas.


Pasadas las semanas, y ya olvidada, en el recuerdo, aquella catarsis, volvía a correr en la cinta sin destino. Al rato estaba concentrado en la imagen que le ofrecía el ventanal, y pasados unos kilómetros, jamás andados, pudo vislumbrar los pequeños pinos que emergían de entre los restos de sus hermanos mayores, buscando su momento, buscando su espacio, buscando su… impermanencia.

Toqué la arena con mi mano, y sentí como cada uno de los granos que la componían se escurría entre mis dedos, poco a poco, lentamente. Querían dejar una marca en mi piel, algo que los recordase más allá del instante que habían sido reconocidos.


by Txema Morales. Escritor y Coach.

Photo Akshar Dave


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