Tenía algo que decidir, no sabía bien bien qué, pero tenía que decidirlo. De alguna forma mi futuro dependía de esa decisión, o por lo menos yo lo creía.
Empecé a considerar cada una de las cosas a favor y en contra de mi decisión. Rápidamente tenía mi lista mental acabada. Dos columnas bien alineadas, con un guion acompañando a cada una de las ventajas e inconvenientes.
Ahora solo tenía que evaluar y sopesar, puntuar y contar. Dejar de lado los instintos. Aquí no tenían cabida. Lo que realmente importaba era la razón.
La razón. Siempre me había acompañado. Cada vez que aparecía una disyuntiva, por mi fuerte que fuera el ruido de fondo, tomaba mi libreta y el boli, y hacía mi lista.
¿Por qué narices no tenía ahora a mano aunque fuese un simple trozo de papel? ¿Dónde debían estar mis cosas?
No importa, tengo mi lista. Aquí, justo en mi mente, justo donde importa.
¿Por dónde iba? Ah, sí, la decisión. Vaya. Se me ha ido. Tendré que volver a empezar.
Espera, ¿oigo mi nombre?
— Señor Palacios. Ya se ha acabado el paseo matutino. Debo llevarlo a su cuarto. Déjeme que desbloquee la silla y en un momento estamos. Hace una mañana muy hermosa, ¿verdad? —el celador se acercó.
— Sí, por supuesto, muy hermosa. ¿Dónde dice que vamos?
— A su habitación, ha venido su sobrina a verlo.
—¿Mi sobrina?
— Si, la pequeña.
— Oh, vaya. La pequeña. Claro. —a pesar del desconcierto que sentía en su mente, no quería llevar la contraria.
Salieron del jardín y serpentearon por los pasillos hasta llegar al ascensor. Subieron a la tercera planta y entraron en la habitación 314, donde esperaba una joven que rondaba la treintena.
— Hola tío. ¿Cómo estás hoy?
— Bien, bien —dijo desviando la mirada al momento.
— Anabel tío. Soy Anabel.
— Oh, si, sí. Por supuesto Anabel —el celador interrumpió.
— Les dejo, cualquier cosa llamen a la enfermera de guardia.
— Adiós. Gracias. —contestó Anabel.
— Tío, ¿qué haces? —estaba intentando abrir el cajón de la mesita desde la silla.
— Necesito papel y boli hija. Papel y boli.
— ¿Papel y boli?, ¿y para qué lo quieres? —se acercó a la mesita y abrió el cajón, que estaba repleto de trozos de papel con anotaciones en columnas.
— Tengo que hacer una lista niña. Debo decidir algo muy importante. Mucho.
— ¿Y qué es eso tan importante que tienes que decidir? —le alargó una hoja suelta en blanco y un pequeño trozo de lápiz.
— Si le digo que vivamos juntos o no, eso debo decidir. Eso. ¿Te parece poco? —estaba temblando. Las emociones emergían de él como si de un adolescente se tratase.
— ¿Pero a quién tío?
— Pues a quién va a ser, a Paula. A mi amada Paula. ¿A quién sino?
— Tío —el semblante de Anabel se transfiguró—. Hace más de 50 años que Paula te dejó. Mis padres ni siquiera se habían conocido. Lo único que me contaron es que se cansó de esperar.
La voz de esa chiquilla le pareció lejana, pero a pesar de ello sintió una punzada, que no sabía de dónde o de qué tiempo venía. Le faltaba el aire. Él solo quería seguir con su lista, con sus listas, las que había hecho toda la vida. Las que le habían mantenido en el mismo lugar, en el mismo trabajo, en la misma vida.
by Txema Morales. Escritor y Coach.
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