Inmóvil, así me encontraba. Como si “Medusa” hubiese aparecido de la nada para convertirme en una figura de piedra. Como si el universo hubiese decidido prescindir del tiempo. Como si mi pasado se encontrase con mi futuro y acordasen deshacerse de mi presente.
No sé si pasó un minuto o toda una hora. Me sacó del trance una voz aguda, infantil. Mi alma reconoció enseguida esa vibración y volvió a la tierra, a este plano, al mundo fuera de las ensoñaciones y de los viajes astrales. A la vida.
Al instante una mano asió la mía y tiró con fuerza para pasar a la siguiente sala. Yo me dejé llevar. Aún medio hipnotizada y ensimismada. Oía las risas, mezcladas con pequeños chillidos de sorpresa. Era un juego. Aquello seguía siendo un juego. Sala tras sala. Mirada tras mirada. Yo me dejaba llevar obediente, callada, aún con media alma encallada en una zona oscura y olvidada hacía tiempo.
Salida. Ya no quedaba ningún rincón por escudriñar. Había acabado. Salimos a la calle y el sol del verano me cegó. Necesitaba respirar, tocarme, saber que aún estaba aquí y era yo. Necesitaba desesperadamente echar a correr y no parar hasta acabar agotada. Necesitaba gritar.
Fui consciente de su mano. Su tacto se unió al mío. Bajé la mirada y distinguí esos cabellos rojizos. Esa sonrisa amplia que se abría camino entre sus pecas. Sonreí. Volvía a ser yo. Sabía dónde estaba.
Miré hacia atrás, mientras nos alejábamos del laberinto de espejos, recordaba aquellas palabras que me había repetido de joven: "No quiero morirme sin saber lo que es mirarme al espejo y gustarme".
Aquella imagen deformada de mí me había transportado a un tiempo enterrado en horas de ingresos y terapias, a un tiempo de lucha y desesperación, a un tiempo que no era tiempo. Como si alguien hubiese apretado el botón del pánico había dejado de ser yo para ser ella; la imagen del espejo.
Pero los espejismos son solo eso. Imágenes que desaparecen cuando somos capaces de ver. Así que me agaché a su altura. Miré esos ojos color azul cielo, llenos de posibilidades, y le susurré: Eres tan hermosa como yo. Me miró sorprendida y se puso a reír, mientras volvía a tirar de mí para ir, ahora, hacia el tiovivo.
by Txema Morales. Escritor y Coach.
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