Ni todo el esfuerzo invertido, ni toda la planificación, ni tan siquiera la experiencia me habían preparado.
Aún siento el agua caliente filtrarse por el neopreno y subir la temperatura de mi cuerpo más allá de lo soportable, y siento el movimiento de aquel lago hasta el punto de convertirse en un mareo insoportable.
Noto las arcadas punzantes al ir hacía la bici y subirme a ella esperando recuperar parte de mi.
Mi piel se encoge al recordar las horas de sol inmisericorde sin un atisbo de sombra. Ni tan siquiera una ligera brisa o una fugaz nube.
Quiero cerrar los ojos y no ver aquel circuito donde 42 insoportables kilómetros nos esperaban. Los cierro y vuelvo a sentir ese calor que lo abarcaba todo.
Avanzo lentamente, reclamando que me rocíen de agua con cualquier manguera cercana en cada avituallamiento. A cada paso, a cada bocanada de aire, la meta se aleja un poquito más.
Han pasado 20 km y demasiado tiempo. Y paro, por primera vez paro. No quiero seguir allí, no quiero soportar más ese dolor indescriptible que se me clava en el alma.
“COURAGE!!!” Courage vuelvo a escuchar. Estoy pasando por la plaza del pueblo. Me aplauden y me gritan una y otra vez: “COURAGE!!! COURAGE!!!”
Y entonces, directa, como una flecha lanzada certeramente, me llega la aceptación. Acepto y dejo de luchar. Ya no visualizo la meta. Estoy y deseo estar. Solo en ese paso, solo en ese instante. El dolor persiste, insiste, pero ya no sufro, ya no importa.
Es el inicio del final.
by Txema Morales. Escritor y Coach.
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